Raúl Martinez Fazzalari. Director del Instituto de Estudios Interdisciplinarios sobre Medios de Comunicación. UCES. ![]() El surgimiento de toda nueva tecnología siempre ha suscitado una controversia vinculada con su influencia en la educación. La televisión sacaba horas de estudio. Internet elimina el hábito de la lectura en los chicos. Los buscadores reemplazan a los profesores. Desde hace años estas cuestiones han sido planteadas en la búsqueda de una razón o vinculación que responda a la relación entre la tecnología y el rendimiento escolar. Pareciera que cada técnica aplicada o utilizada masivamente en la vida cotidiana tuviera una consecuencia directa con el proceso educativo, y en particular con la manera de enseñar, de aprender, de utilizar las herramientas o fuentes de información en el proceso cognoscitivo. ¿Influye todo esto en la enseñanza? ¿Se han visto mermados los resultados educativos por esos motivos? ¿Los jóvenes han perdido su capacidad de lectura? Todas estas cuestiones tienen de fondo la duda vinculada a si se ha modificado o perdido un modelo de análisis en general o la comprensión de los temas por la utilización de estas herramientas. El mítico pensador canadiense Marshall McLuhan, al explicar hace casi cuatro décadas la irrupción de las tecnologías de comunicación y su impacto en la vida de las personas, cuando dijo: “el medio es el mensaje”, no pudo imaginar que las redes interactivas y la panacea de todas ellas, Internet; llegarían a tener la presencia que tiene en la actualidad en todas los ámbitos de nuestra vida social. Lo espectacular de su crecimiento en los últimos años se ha debido a la multiplicidad de accesos, facilidades en la adquisición de terminales (computadores, teléfonos inteligentes, tabletas) y la cantidad de contenidos que circulan y se generan diariamente y son ingresados en las mismas. Estos factores constituyen el mensaje mismo, y no exclusivamente su contenido. La “máscara“, como diría el pensador citado, es solo el contenido, y el mensaje en definitiva es el dispositivo de acceso y la red de su conectividad. Lo que ocurre es que ambos se fusionan: el medio y el mensaje (o contenido) y los recibimos como un todo sin poder distinguir uno del otro. En el reciente libro titulado «Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes», Nicholas Carr presenta su hipótesis planteando que la facilidad que nos brindan las redes, dificultan los mecanismo de pensar y razonar en forma independiente y hasta que incluso se disfruta con esta simplificación y comodidad. En la actualidad es sorprendente observar a las jóvenes prefiriendo ver sus películas o videos en las pantallas de las computadoras que en la televisión. O comunicarse entre sí por medio de mensajes que por teléfono, incluso el mail es algo obsoleto para ellos. Estas son solo aspectos superficiales y emergentes de una nueva forma de relacionarse, de crear vínculos afectivos y de comunicarse con sus pares. De fondo entiendo que hay cuestiones más profundas como ser, que tipo de vínculos formas, que calidad en las mismas existen y si existe en definitiva una comunicación. Sobre estas cuestiones pende de un hilo la pregunta capital: ¿Qué rol tienen los mayores en estos ámbitos? Más cuando la forma de ingresar en estos medios no pareciera tan simple para un público adulto.No hay recetas ni manuales de instrucción, mucho menos fórmulas que den resultados exactos. La diferencia entre una activada difícil y otra compleja es que sobre la primera podemos aplicar normas, elementos y procedimientos científicos, en muchos casos son muy numerosos pero finitos al fin. En cambio, sobre la segunda las variables pueden ser infinitas, no existen fórmulas predeterminadas, ni resultados previsibles. Por ello, los procesos educativos son típicamente sistemas complejos. Entendemos que está pasando, sabemos cuáles son las dificultades; la pregunta que queda es si sabremos que hacer ante ello. |
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